A 40 años de la partida del Diablo

“Si un arquitecto es un intelectual, un técnico y, eventualmente, un artista, Villanueva a veces lo fue; no pocas veces para ser justos” (1)

Han pasado 40 años desde aquel 16 de agosto de 1975 cuando se apagó la vida de uno de los más insignes venezolanos de nuestra historia y, sin exagerar, nuestro arquitecto más importante del siglo XX. Carlos Raúl Villanueva, El diablo, como Calder lo apodó, dejó a su paso un vasto legado, como arquitecto, maestro, autor y ciudadano, que en el presente mantiene intacta su incidencia en nuestras vidas. El escultor de Pennsylvania pensaba que para acometer la enorme empresa que Villanueva se había propuesto con la concepción de la Ciudad Universitaria de Caracas haría falta ser el mismísimo Diablo o, cuando menos, sellar un pacto de vida con él. Lejos de eso, el pacto que este ilustre venezolano hizo no fue con las fuerzas más oscuras sino con el país, con las instituciones, con nuestra profesión, con sus colegas, con sus compatriotas, con la humanidad, con sus seres queridos y consigo mismo. Es verdad, las hazañas que logró el maestro parecieran ser obra de un ente de misterioso signo. Lo concreto es que sus logros en realidad derivaron de un ser mortal y finito cuya voluntad y compromiso se entregaron noblemente a brindar lo mejor de su arte.

Nuestro diablo no fue el señor de las sombras sino el arquitecto de la luz, con ella logró, entre tantos ejemplos, sacar de la vida de penumbras y miseria a los habitantes del antiguo El Silencio. Con luz supo mostrarnos ese juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes como diría Corbu. Con los contrastes de luz y sombra nos dibujó cada día nuevos paisajes sobre las superficies de muchas de sus obras. Con austeridad y pocos materiales logró engendrar las formas que hoy engrosan el inventario del patrimonio cultural venezolano y mundial. Ese fue Villanueva.

Quienes le conocieron cuentan que Villanueva fue un hombre de modales, acicalado, afable, jocoso, de fino y contenido humor, circunspecto, absorto, de verbo pausado y medido, de buen trato y accesible, que se mantuvo al margen de la vida dispendiosa y vivió en forma austera y sencilla por libre elección. Parecía estar absolutamente entregado a su trabajo y, a veces como si del diablo se tratase, era un ser casi infatigable. Fue un hombre sencillo, sin pretensiones ni opacidades; uno más entre muchos. “Fue honesto, pues la vida austera que llevó, sin lujo ni ostentación, se sustentaba en su trabajo como empleado de los distintos gobiernos del siglo XX. Fue solidario y humilde, al establecer con quienes lo rodearon, familiares o amistades, una relación respetuosa e igualitaria. Fue generoso, compartió sus conocimientos y su curiosidad con todos sus seguidores, sus alumnos, sus colegas, y los miembros de sus equipos de trabajo. Fue sencillo y modesto, pues nunca la arrogancia aparece reseñada en ninguno de los testimonios de quienes tuvieron la fortuna de tratarlo, no obstante haber compartido amistad con algunas de las más grandes figuras nacionales y mundiales del arte, la arquitectura y la cultura.” (2)

En cierto modo Villanueva se aisló en su profesión; supo esquivar las circunstancias que fueron tallando nuestra trémula historia política en la primera mitad del siglo pasado hasta lograr que sus sueños e ideas se hicieran realidad. “Para Carlos Raúl Villanueva la arquitectura, el diseño, representaron algo mucho más amplio que la simple actividad enmarcada en la rutina profesional. Para él, diseñar y construir era la “actividad” humana por excelencia.” (3)

No han faltado voces que, sin desconocer su talante de gran arquitecto, han subrayado cierta indiferencia respecto a la diatriba política alrededor de las dictaduras de aquellos tiempos con las cuales ciertamente mantuvo una relación tangencial. “Fue inexplicablemente silencioso, tal vez dándose por satisfecho de que el dictador de entonces hubiera respetado escrupulosamente su presencia como arquitecto de la Ciudad Universitaria, responsabilidad que le había sido asignada por los gobiernos democráticos anteriores” (4). Ello no necesariamente se traduce en una mácula en su hoja de vida como ciudadano. En realidad el maestro cultivó la virtud del silencio, la paciencia y la templanza como antídoto frente a todo aquello. Posiblemente prefirió ser menos reaccionario y optó por contener sus pasiones e impulsos menos domesticados en pro de obtener del oprobio mejores oportunidades de trabajo para mejorar la calidad de vida de sus conciudadanos. “He esbozado, en otras partes la hipótesis de que hubo en Carlos Raúl Villanueva la sana cualidad de saber esperar. Arte difícil, éste. Pero sería una imputación excesiva cargarle, así, directa y llanamente, a esta supuesta capacidad de espera de CRV la connotación de conservadora. CRV entendío muy rápidamente los obstáculos representados por la sociedad venezolana de los años 30, agarrotada y entumecida por una dictadura férrea.” (5)

La sensibilidad ciudadana de Villanueva se manifestó de otras formas igualmente necesarias y fundamentales. No es poca cosa lo que hizo. Ayudó con sus obras y su carrera docente a forjar las instituciones, los recintos y los hombres que vistieron de modernidad a un país que en su tiempo era esencialmente rural. Supo conciliar y rodearse del ingente talento de luminarias del arte, la técnica, la cultura y, especialmente, de la energía y la entrega de sus preciados colaboradores y discípulos que, como el, dispusieron con ética su trabajo al servicio de la nación. En suma, el maestro nos dejó mucho más que lo que un venezolano promedio ha hecho por su país. Nos legó espacios excepcionales, sueños vivos, auténticas metáforas materiales para la cultura, la recreación, la salud, la educación y el habitar. “No existe un punto de partida estilístico en las obras de Villanueva. La unidad que constituye hoy el carácter más definido de los edificios de Caracas se desarrolló orgánicamente, a partir de un simple e ingenuo amor por el hombre y su habitat en la tierra, un amor que renacía en cada obra y reflejaba su radiante energía desde los muros.” (6)

Si un arquitecto es un intelectual, un técnico y, eventualmente, un artista, Villanueva a veces lo fue; no pocas veces para ser justos. No le faltaron las mejores oportunidades y afortunadamente no las desaprovechó. Sobran los ejemplos en los que nuestro Diablo benigno se distinguió del resto de los mortales con su ingenio excepcional al concebir obras que al día de hoy siguen siendo lecciones monumentales sobre el arte de proyectar y edificar, en esta tierra, recintos y formas sublimes a distintas escalas. Hoy, a cuatro décadas de su partida, saludamos su memoria y reafirmamos nuestra esperanza de honrar y merecer su enorme herencia.

José Humberto Gómez
Arquitecto, docente e investigador FAU/UCV
www.josehumbertogomez.wordpress.com

Citas:
(1). Sintetizando la cita original que reza así: “El arquitecto es un intelectual por formación y función. Debe ser un técnico, para poder realizar sus sueños de intelectual. Si tales sueños resultan particularmente ricos, vivos y poéticos, quiere decir que a veces puede ser también un artista.” Villanueva, C. R. (1962) Reflexiones personales, Caracas, Revista Punto, Núm. 7
(2). Pérez Rancel, J. (2009) Carlos Raúl Villanueva, Caracas, C. A. Editora El Nacional, p. 10
(3). Posani, J. (1978) Cuadernos Lagoven: Arquitecturas de Villanueva, Caracas, Departamento de Relaciones Públicas de Lagoven, p. 4
(4). Tenreiro, O. (2010) A veces Villanueva, Publicado en http://oscartenreiro.com
(5). Posani, J. (1978) Cuadernos Lagoven: Arquitecturas de Villanueva, Caracas, Departamento de Relaciones Públicas de Lagoven, p. 2
(6). Moholy-Nagy, S. (1999) Carlos Raúl Villanueva y la arquitectura de Venezuela, Caracas, Instituto del Patrimonio Cultural, p. 171

One thought on “A 40 años de la partida del Diablo

  1. Estimado José Humberto,
    Te estaré eternamente agradecido por el magnífico artículo que escribiste sobre mi padre. Te confieso que me sacó lágrimas.
    Espero conocerte algún día.
    Recibe un fuerte abrazo,
    Carlos Raúl

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