Ya lo habíamos destacado en el blog del 28 y en el del 17 de agosto: la Bienal de Venecia y el asunto del restaurante en la torre de David está causando una interesante polémica. Pero ahora que sus autores han recibido un premio principal, la situación se hace más agria. Los críticos, los de la derecha intelectual y profesional, recomendaban el silencio, no comentar algo tan despreciable, no darle importancia a ese típico fenómeno de labrarse su cuarto de hora de fama, desde sus despachos de Manhattan, a costa de las penurias de los pobres. Ahora hay quien dice que se trata de “un premio a la miseria”. Otros desde el inefable “Colegio de Arquitectos”, con una increíble falta de contacto con la realidad internacional y profesional, reclaman al jurado que no se otorgue el premio. Otros elaboran un largo discurso cultural, plagado de autorreferencias, que no es sino un bien elaborado sistema de autoexclusión salpicado por una permanente, cansona diatriba de torpe política.
Nadie señala en cambio el meollo del asunto, lo que realmente constituye un escándalo. Y no lo hacen por las famosas razones ideológicas que tanto les duelen cuando son ajenas. Pero para ellos, quienes se engrinchan con el éxito mediático del equipo Urban Think Thank, esa ideología no existe. Sin embargo sí existe y muy de bulto. Frente a los problemas implícitos en la crónica de la Torre de David y a las circunstancias de su abandono y posterior ocupación por una comunidad que con el tiempo ha venido estructurándose, se ignoran por evidentes motivaciones ideológicas, toda la historia y el significado social de una condición urbana absolutamente peculiar como lo es la del fenómeno prácticamente universal de las llamadas, en lenguaje criollo, “invasiones”.
En efecto hay toda una historia, remota y reciente, que desde luego no relataremos aquí, que se relaciona con la ocupación de terrenos o de edificios abandonados o involucrados en los pliegues de la especulación inmobiliaria. Una historia muy rica en enseñanzas diversas pero que siempre pertenecen al territorio urbano del capital. Una historia que con los “squatters” ingleses de los años 60, los holandeses, los “okupas” argentinos o españoles, en lugares tan diferentes como Berlín, Roma, Milán, Rosario o Barcelona, ha revelado con consignas como “Cuando vivir es un lujo, okupar es un derecho”, la trama de la injusticia y la desigualdad de la sociedad contemporánea dominante. Merece la pena recordar, por ejemplo, el caso del “Forte Prenestino” en Italia, casi un modelo de referencia para el fenómeno que nos interesa.
Y se ignora lo esencial, decíamos, especialmente en el caso éste de la Torre de David, porque el análisis de las causas que han producido esta anomalía o fenómeno social, conduce a la constatación irremediable de que ellas están insertadas en los estratos más rígidos y perversos del capitalismo. Los “ingenuos”, o los que se hacen los ingenuos, harían bien en volver a revisar el relato completo de este fenómeno para hallarse cara a cara con el extremismo más cruel del mercado y del negocio inmobiliario, de la falta de viviendas y de la rebeldía que ella produce, cuando la contraposición paralela entre la opulencia y la pobreza revela la profunda injusticia de la estructura social capitalista. Los “ingenuos”, o los que se hacen los ingenuos, llaman a este recurrente, inevitable y dramático señalamiento, un “lugar común”, una suerte de refrán populista ya pasado de moda. Parece que desde el lugar social de que disfrutan, pueden ignorar tranquilamente la realidad clasista y las luchas que su existencia produce. Y actúan así no por ignorancia, porque ignorantes no lo son, sino porque sus propias barreras ideológicas y la mala conciencia, les ayudan a andar por el mundo convencidos y convenciendo a los demás de que la explicación objetiva de la realidad social tal como ella se estructura, simplemente es una fastidiosa y consabida patraña populista.
El escándalo del restaurante “Gran Horizonte”, con sus arepas (¿reynas pepiadas, chicharrón, queso amarillo…?) para despertar el gusto europeo a los sabores del subdesarrollo, no está en lo que se ha dicho por parte de la derecha ilustrada. El escándalo está en haber llevado a Venecia un fenómeno tan dramático, tan digno de ser estudiado fuera de exotismos tropicales, sin mencionar verdaderas razones y causas de su realidad. Urban Think Thank, desde su ambición de convertirse en gurúes de las soluciones para el subdesarrollo urbano, no puede evitar mencionar –cómo hacerlo si es evidentísimo- el defecto de origen de la Torre de David: ¡“Un símbolo del fracaso neoliberal…”! Lo dicen en una declaración pero, que se sepa, no van más allá y en el restaurante no quedan marcas del reconocimiento explícito de los malignos mecanismos políticos-financieros, como un ejemplo típico, que han conducido al episodio urbano que está ahora en el tapete.
Dice el jurado que es una supuesta celebración de la dignidad casi heroica con la cual los ocupantes han sabido arreglar su vida en términos comunitarios. En verdad no se trata de algo nuevo. La mitad de la población urbana de Venezuela ha construido sus casas dentro de un régimen de acción directa equivalente al de las llamadas invasiones, en condiciones análogas a las que caracterizan a las de la Torre. ¿Por qué tanto asombro ahora? ¡Ah! es que ahora estamos frente a una obra destacada de arquitectura moderna. La novedad estriba en que la ocupación esta vez golpea rudamente a la modernidad, en una ciudad que se jacta con orgullo de haber sido centro de modernidad en América Latina. No se trata ya de casas en ruina, de galpones abandonados. Tampoco de comunidades hippy o de grupos contestatarios. No, estamos frente a la pobreza pura y simple y a su derecho a sobrevivir.
Pero eso no es todo. Porque el panorama no es completo ni equilibrado. El jurado y el público, con el aporte del “Gran Horizonte”, caen fácilmente en un grave error de óptica al suponer que la típica y única realidad urbana en Venezuela es sólo la que se exhibe en la arepera Gran Horizonte. Pero es verdad que tal vez no tiene mucho sentido reclamar que no se mencione a la vez y paralelamente el evento urbano constituido por la Gran Misión Vivienda Venezuela, que sí atiende a una enorme transformación masiva y radicalmente democrática de la vivencia urbana venezolana, con el fin de crear condiciones de existencia, eso sí, bien diferentes y superiores a las que con enormes dificultades han logrado los ocupantes de la torre. Y no tiene sentido porque el pensamiento de derecha, aún, por supuesto, el que atañe a la arquitectura, tiende natural y espontáneamente a silenciar y ocultar las múltiples dimensiones de la realidad y a confundir las ideas. ¡Pedirle que haga otra cosa, eso sí sería pedirle peras al olmo!
¿Que la Torre de David podría ser convertida eficientemente en un edificio de viviendas dignas? Desde luego, y esa posibilidad abre una discusión muy oportuna, algo así como el segundo capítulo de la actual. Pero se trataría de un debate análogo al que involucran las decisiones que deben tomarse y que se toman acerca del destino y evolución de todos los barrios venezolanos y latinoamericanos. ¿No se habla acaso de “favela vertical”?
Curiosamente, volviendo al carácter en general de la “Biennale”, una de las estrellas del posmo más delirante, Wolf D. Prix, del equipo “Coop Himmelb(l)au”, esta semana, en lo que es en el fondo una encomiable autocrítica (aunque no lo exprese así) sale con unas declaraciones de una contundencia asombrosa, tan intensas y explícitas que nos parece muy pertinente reproducirlas.
“No neguemos la realidad. Este evento (la Biennale) es una costosa danza macabra. En una ciudad de pillaje (una exhibición de pillajes) horda de turistas (arquitectos) desfilan a lo largo de infraestructuras deterioradas con el fin de satisfacer su deseo pequeño-burgués de educarse (en el caso de los arquitectos, vanidad, envidias, alegría por el mal ajeno, recelos). Hasta el glamour que se supone encontrará el público, es formalizado y adulterado por los medios para los cuales un arquitecto estrella es como una estrella de cine. En verdad todo es vacío, difícil, agotador, impreciso y fastidioso. Ya no se trata de una discusión viva, de un trabajo crítico acerca de los problemas de la arquitectura contemporánea, sino una suerte de temas hueros, conservadores y hasta populistas, cargados con significados inventados. Qué gran “Biennale” de Arquitectura hubiera sido, si en lugar de exposiciones fastidiosas, se hubiera convocado a unos debates con temas que hubieran dado la posibilidad de echar una mirada detrás de las bambalinas, descubriendo a quienes de verdad toman las decisiones.“ Prix debe saber de lo que habla, porque ha sido uno de los factores que han contribuido a hacer de la arquitectura y de los arquitectos el espectáculo que ahora rechaza, desde la experiencia personal de moverse donde y cómo el capital decide.
Como institución hemos participado en varias Bienales, nunca nos hicimos ilusiones y siempre hemos estado concientes de nuestra realidad periférica, como nación y cultura, y de la suspicacia y la condescendencia con la cuales nos miran desde el primer mundo. Sin aspirar a reconocimientos, sino más bien a participar en lo que Prix reclama, información y planteamientos serios acerca de la situación de la arquitectura y de la ciudad en el mundo, llevados desde este puesto avanzado de rescate humanista que es hoy Venezuela.
Este episodio pintoresco ojalá sirva para poner en foco lo que se está haciendo realmente en el país y cómo lo están examinando algunos colegas con las vendas puestas de una pobre ideología aunque lo disfracen detrás de una supuesta defensa nacionalista de la dignidad de nuestra arquitectura o detrás de un discurso de un moralismo cargado de arrogancia y presunción.
JPP
Fuente: http://musarq.blogspot.com/2012/09/elgran-horizonte-nunca-lo-ha-tenido.html?spref=fb
Reproducido con autorización del MUSARQ
Fotografía: revista entre rayas. Febrero 2012