Se fue de la forma como siempre llevó a cabo todo en su vida, con parsimonia, discreción y sencillez.
Al Papi lo conocí a través de dos amigos arquitectos de su generación, Luis Jiménez y Jorge Castillo, en común nos fue posible discutir y tratar de desenmarañar, en la forma mas sencilla y plana posible, muchos de la tantos asuntos que en los años sesenta nos eran comunes, en política, arte y en eso que llamaban la cultura.
Por ellos y con ellos entendí hacia donde y por que se dirigía el diseño hacia las formas que lo dominaban en Venezuela, y, en que andaban, quienes mejor lo representaban.
Hablar con el Papi era una experiencia adonde el humor se esparcía a través del concurrencia de respuestas siempre directas y de la mas clara y precisa elaboración posible ante cualquier tema de su interés.
Nunca recuerdo haberlo oído exponer de nada en forma solemne y menos aún, con uso de formas de lo que algunos llamaban lo académico. Era enemigo acérrimo de ello.
Todo lo que a eso olía lo detestaba y manejaba con un solemne, imponente, sólido, glacial y rápida ironía.
No comulgaba con ninguna doctrina en: política, diseño, arte a pesar de que las conocía muy bien.
A quien se las propusiera era posible que se las disolviera en el ácido de una sonrisa o algún chiste que echaba por tierra cualquiera propuesta que se pretendiera hegemónica.
Y, mire Ud. que en esa época estas fantasías eran de lo mas común, en cualquiera de nuestros cafetines de la UCV. En el de Derecho todo se ensayaba al esconderlo bajo una corbata o el flucesito oscuro que exigía seriedad, que, obvio daba risa. En el de Economía todo tenia que ser visto y resuelto dentro de los humos de la vulgata de los Grundrisse o de los Diarios de las secretarias de Lenín. El de Arquitectura era dividido entre dos zonas una, norte, de aquellos que solo creían en el diseño y urbanismo social con tono político y los otros, sur, que se preparaban para resolver sus problemas con las ideas de Villanueva; y, así, alcanzar la cima que esperaban encontrar si se topaban con alguien dispuesto a elegirlos para construir su nueva residencia en el Este.
Con estas garitas me tope. Pero al hablar con el Papi y saber como las manejaba con su risita inteligente e información bien fundado, fui entendiendo esos furtivos saberes y como ensalmarlos y exiliarlos por pavosos.
El Papi Becerra siempre fue un solido anarquista. Lleno de humor y apto para repartir sus afectos y bondad, pero siempre en el silencio de quienes poco hablan pero mucho saben.
Otra de tantas experiencias notables la tuve en un encuentro de cafetín o barra con otra excepcionalidad humana, el arquitecto Alfredo Roffe, quien en ese momento se iba a reunir con el Papi. Sabido era que a Alfredo era de poco conversar al igual que el Papi. Para mi sorpresa, estos usualmente parcos, se soltaron a discutir en forma inesperada y voraz sobre cine y el diseño y pasamos una tarde de graciosímas anécdotas entre dos que se preciaban y en parte lo eran, seres de una discreción memorable.
Recordar al Papi, es evocar muchas de sus facetas, de buen diseñador, urbanista, arquitecto, columnista, músico y excelente cocinero.
Me enseñó, sin proponérselo, a entender la importancia de la espontaneidad; el respeto a la amistad sin ningún tipo de ataduras; el uso del humor como salvaguardia contra la hipocresía y la solemnidad artificial; y sobre todo, como abrirse a la vida y no encasillarse en esquemas ni dogmas.
No encuentro mejores palabras para terminar estas líneas, que imaginarlo encontrándose con Don Marcelino Madriz, Don Paco Vera, Juvena Herrera, Miguel Otero, Inocente Palacios, Alfredo Roffe, Josefina Juliac, Henrique Hernández, El Flaco Yanez y gritarse: “Estamos comenzando a beber”.
Por allí nos vemos Papi.
Escrito por Tulio Monsalve
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