El Centro Niemeyer de Avilés acogerá, del 4 de septiembre al 16 de noviembre, la exposición de Isabel Muñoz «A todo color», que muestra 30 fotografías a color muy poco conocidas junto a otros 8 platinos en blanco y negro, de piezas más populares. Las imágenes a color, varias de ellas platinotipias, pertenecen a las series Etiopía (2002), Omo River (2005), Amor y Éxtasis (2008) y Mitologías (2012). En ellas la fotógrafa barcelonesa pasa de la fascinación por los cuerpos desnudos de los Omo y los Surma de Etiopía a la exhibición del dolor en las extremas prácticas religiosas de la cofradía Al Qadiriya en Iraq que, por otro lado, despiertan en el espectador ecos de la iconografía religiosa occidental. La exposición ha sido comisariada por Christian Caujolle y está organizada por diChroma photography.
El cuerpo y su representación
Favorecidas por la sensualidad y delicadeza de la impresión de platino en gran ―incluso, muy gran― formato, las fotografías en blanco y negro de Isabel Muñoz resultan inconfundibles. Presentan, de serie en serie y de viaje en viaje, bailes tan diferentes como el tango, el flamenco, el ballet clásico cubano o la danza del vientre, mezclándolos sin problemas con instantáneas de toreros, luchadores turcos, monjes voladores chinos y acrobáticos capoeiristas brasileños. Estas imágenes, en toda su elegancia nada presuntuosa, encuadradas con una precisión tan quirúrgica que son capaces de recrear la idea de movimiento, nos hablan, colocadas unas al lado otras, de una fascinación por el cuestionamiento del cuerpo erotizado tan intensa como su atención por las vibraciones de la luz. No cabe duda: Isabel Muñoz es una de las fotógrafas en blanco y negro más sabias y sutiles que hay.
Pero existe sin embargo, más allá de sus trabajos para revistas, una parte importante y muy poco conocida de la obra de Isabel Muñoz realizada en color. Si aproximamos dos series, que podríamos pensar opuestas, relacionando así dos técnicas de revelado que no tienen aparentemente nada en común, podemos vislumbrar la naturaleza del color en una artista que no cesa de explorar. La serie más espectacular es la que, al precio de mil riesgos y otras tantas trampas burladas, nos introduce en las prácticas de una cofradía religiosa, la de Al Qadiriya, redescubierta en Iraq, donde los adoradores de Alá entran en trance, se evaden de su cuerpo y no sienten dolor alguno cuando se sajan con cuchillas de afeitar que luego engullen, caminan impertérritos sobre montones de vidrio machacado o se perforan impávidos las carnes. Resulta impresionante, más por los hechos y actos a los cuales nos remite que por el posicionamiento de la fotógrafa, que no se sabe cómo puede seguir, en un ambiente tan delirante, encuadrando con precisión y acercándose a la materialidad de las texturas y de las pieles. Sentimos aquí rápidamente los ecos de la gran pintura clásica, la misma que nos ha sido provista con abundancia desde iglesias y museos y que viene aquí servida en revelados fotográficos clásicos que nutren la profunda intensidad de los tintes y la estridencia de algunas carnaduras incendiadas por la luz. Visualmente, estos «locos de Dios» no son muy diferentes a los mártires y otros santos del catolicismo más exacerbado.
Frente a esto, las hieráticas figuras de los Surma o de los Omo de Etiopía también dialogan con la pintura. Para empezar, porque estos pastores guerreros de las altas mesetas se pasan el día pintándose el cuerpo, inventando paisajes en sus espaldas, transformando sus rostros y manos en escritura, luciendo a veces sencillas y ricas joyas de oro o de conchas, envolviéndose con simples y raídos trapos como si de chales de una gran elegancia se tratara. Pero también porque el tratamiento dado, entre retratos y detalles corporales, afirma una misma intensidad lumínica que permite que los trazos de color surjan suavemente de la fineza del grano de la piel. El tono mate de las increíbles impresiones de platino en color permite recrear toda suerte de sutilezas materiales y tonales ―dan ganas de tocar―, mitiga el aspecto más decorativo o frívolo y, paradójicamente, intensifica en semitintado el efecto cromático. Entonces, y esto es lo que aproxima a estas dos series en su propia naturaleza, el color se convierte en el protagonista mismo de la fotografía, más allá de las temáticas representadas. Pues nos hallamos, en los dos casos, ante fotografías de color y no sólo ―lo que es atribuible a la pura técnica― ante fotografías en color.
Otra prueba de la unidad en una obra que se presenta a menudo por tramos, series, destinos, es que estos dos conjuntos tan distantes nos reenvían de nuevo a la cuestión del cuerpo y de su representación. Entre la soberbia desnudez de los africanos y el deseo de dolor para alcanzar el éxtasis de los místicos, se da ―como en dos polos que se atraen y se repelen― ese misterio de la forma que toma cuerpo, siempre en busca de una forma de placer.
De momento, el hallado por nuestra mirada es total, nutriéndose de los matices de una paleta que parece ilimitada en sus variaciones, siempre insatisfecha pues busca una totalidad que no sabemos si se halla en el exceso o bien en el absoluto de la tranquilidad reafirmada.
Christian Caujolle.
Centro Niemeyer
Isabel Muñoz. A todo color.
4 de septiembre – 16 de noviembre
Avenida del Zinc, s/n
33400 Avilés
El horario de visita a la exposición es, hasta el 14 de septiembre, de 10:30 a 14:30 y de 15:30 a 20:00, de lunes a domingo. Del 15 al 30 de septiembre, de 10:30 a 14:00 y de 16:00 a 19:30; y a partir del 1 de octubre y hasta su clausura, de 10:30 a 14:00 y de 16:00 a 19:00 (lunes y martes cerrado).
El precio de la entrada general es de 2 € y 1’5 € la reducida. Miércoles entrada gratuita.
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