Recuerdo las terribles imágenes del tsunami en Japón. No puedo olvidar las largas filas de ciudadanos, de todas las edades, silenciosas y estoicas, esperando su turno para recibir un bollo de pan y un cambur. Luego, con una reverencia de conmovedora dignidad, se retiraban a sus refugios. Un sicólogo ligero diría: se ha conjugado una milenaria cultura del sometimiento con un medio natural inestable y agresivo que hace precaria la vida.
Hace días Eduardo Rothe escribió en Aporrea: Venezuela es una maravillosa y fértil república de llanuras, selvas, ríos y serranías, repleta de riquezas, defendida del mar por una cordillera que corre de este a oeste; sus pobladores son gente alegre, igualitaria y despreocupada… Y continua el camarada: Los venezolanos son serios pero informales, sólo cultivan la perfección donde es obligatoria, en la ciencia y la tecnología, la aviación y la música; en lo demás, cultivan un cuidadoso desorden que da a sus obras y labores, a sus ciudades y servicios, un toque de incompleto…
Sin embargo, siento que faltó, en la lista construida por Eduardo, el adjetivo que explique el amasijo de posesos que hacen colas en los automercados para comprar cualquier cosa por docenas; en Movilnet para adquirir celulares; en Liberty Express para recibir los paquetes encargados a Miami. O que califique las amanecidas frente a Tu casa Bien Equipada para adquirir, de un solo golpe los artefactos eléctricos que antes se compraba a lo largo de varias navidades.
En ninguna de esas colas hay hambrientos, ni resignados a recibir la parte que le corresponde en la igualación de un comunismo imaginario. Lo que abunda son señoras de pelo oxigenado, enloquecidas por su irracional antichavismo, atapuzando sus apartamentos clase media con cientos de productos, que terminan vencidos. Gente del pueblo por miles comprando harina “Pan”, azúcar o leche como si administraran areperas. Colombianos por centenares comprando bultos de champú, jabones o desodorantes como si todos fueran dueños de peluquerías. Y sin duda, guerreros corporativos.
Arq. José Manuel Rodríguez
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