Dar impulso al estudio y desarrollo de la Arquitectura; cultivar la ética profesional; establecer vínculos de unión entre sus miembros y propender a la defensa y mejoramiento de la profesión. Acta fundacional de la Sociedad Venezolana de Arquitectos
Siete Arquitectos y un Destino: la Unidad en la Diversidad
La Sociedad Venezolana de Arquitectos (SVA) vio la luz el 4 de julio de 1945. Sus fundadores fueron Rafael Bergamín (1891-1970), Luis Eduardo Chataing (1906-1971), Cipriano Domínguez (1904-1995), Enrique García Maldonado (1905-1990), Heriberto González Méndez (1906-1992), Roberto Henríquez (1905-1990) y Carlos Raúl Villanueva (1900-1975). El acto de instalación de la nueva Sociedad tuvo lugar en la sede del Colegio de Ingenieros de Venezuela, una edificación proyectada hacía un lustro por Chataing quien, como hemos visto, fue uno de los miembros fundadores de la incipiente asociación profesional.
La SVA es un caso muy ilustrativo de actuación gremial en Venezuela. En las líneas que siguen se busca trazar una panorámica del contexto espacial y temporal que rodeó su proceso de creación y las fuerzas que impulsaron a un grupo de integrantes de una profesión liberal, con especial respeto por el genio individual, a decidirse a acometer una acción colectiva de esta naturaleza.
En este número se dedicará un artículo a cada uno de los miembros fundadores, atendiendo a aspectos biográficos, formación académica, ejercicio profesional y actividades gremiales y asociativas. Se presta especial atención a los logros obtenidos por cada uno de estos siete arquitectos hasta el año de fundación de la Sociedad.
1. El espíritu gremial y la sindicalización de los saberes: de comunidad a sociedad
Una historia de al menos un milenio tiene el proceso de protección de los saberes científicos y artísticos por parte de los colectivos técnicos o artesanales. En la Europa medieval fue común la creación de cofradías, como las gildas y hansas. Estas eran asociaciones autónomas de mercaderes y artesanos del mismo oficio, las cuales desarrollaron mecanismos gregarios, incluso agrupándose en sectores específicos de la ciudad, estableciendo políticas –muchas veces vinculadas a la veneración religiosa- de amparo a sus miembros en caso de desgracia.
En esencia, estas agrupaciones –verdaderas corporaciones de la nueva burguesía urbana que da origen a las instituciones municipales y a la autonomía ciudadana- buscaban proteger sus habilidades ante la nobleza feudal, el clero y competidores eventuales, limitando los volúmenes de producción e intercambio para lo cual crearon una estructura de reproducción del conocimiento, con ingreso limitado a los cupos para los cargos de aprendiz. Similar fue el caso de las asociaciones profesionales, cuyo antecedente más directo son las corporaciones de las artes europeas, las cuales aparecieron desde el siglo XI y tenían como finalidad la defensa ante quienes ejercían la profesión de manera ilegítima.
Estas figuras, junto con los sindicatos o trade unions, establecieron esquemas de asociacionismo y desarrollo individual y colectivo que se extendieron al resto de la sociedad, y que han sido recientemente bautizados en el trabajo de autores como Robert Putnam bajo la rúbrica de “capital social”. Este concepto, vinculado al funcionamiento de la democracia y el desarrollo socioeconómico, es una medida de sociabilidad o de colaboración entre personas y grupos, y permite el aprovechamiento, por parte de los individuos, de las ventajas y oportunidades que surgen a partir de la existencia de tal colaboración. Surge el capital social a partir de la confianza, de la creación de un sistema normativo de las relaciones entre personas y del establecimiento de redes sociales.
Esa idea pudiera perfectamente aplicarse también a las asociaciones de arquitectos. Tal sería el caso de la creación de la SVA, un paso esencial para el reconocimiento de una profesión poco conocida en el país, y una demostración –observando en retrospectiva la magnitud de sus logros- de la importancia de la actuación colectiva; del valor del asociacionismo. Los siete miembros fundadores de la SVA decidieron por la vía asociativa. No en balde uno recuerda, también en coincidencia con el número de actores principales, siete en ambos casos, la película Siete Samurais, de Akira Kurosawa, del año 1954. En ella, así como en su versión Western de 1960, The Magnificent Seven (en Venezuela titulada Siete Hombres y un Destino) se brinda especial atención al valor del trabajo en grupo, es decir, a la creación de un capital social el cual permite que en el caso del film, un pequeño poblado pueda defenderse de amenazas externas.
Visto desde esta perspectiva, el estudio histórico de los esfuerzos asociativos de carácter gremial permitiría especular sobre el posible auge o declive en el reconocimiento y consolidación de una profesión, a medida que tales instancias de colaboración se fortalezcan o debiliten. No se trataría, entonces, de la capitalización de los logros del héroe individual, sino de su participación, a veces poco llamativa –y con frecuencia ad honorem– en iniciativas de corte colectivo, condominiales.
2. El espacio gremial: antecedentes en arquitectura
La creación de asociaciones o colegios de arquitectos tiene antecedentes en Europa desde el siglo XIX. Un caso relevante es el francés, con la Sociedad Central de Arquitectos (Societé Centrale des Architectes), fundada en 1840 y convertida en Academia de Arquitectura (l´Academie d´Architecture) en 1953.
Desde sus inicios, la Sociedad Central de Arquitectos (SCA) se propuso una serie de funciones y actuaciones similares, como se verá luego, a las que adoptaron o ambicionaron posteriormente otras sociedades, como la SVA. El principal objetivo de la Sociedad francesa fue definir la naturaleza y misión de la profesión de arquitecto, en una época en la que tal estatuto no estaba muy claramente definido. Entre sus actividades, fueron notables el impulso a la enseñanza de la arquitectura en los talleres de la Academia de Bellas Artes de París y el reconocimiento del diploma y título de arquitecto por parte del Estado francés; la organización de conferencias y congresos nacionales e internacionales, impulsando posteriormente la creación de la Unión Internacional de Arquitectos; la publicación de la revista L’Architecture entre 1888 y 1940; la promoción, en conjunto con la Sociedad Francesa de Arquitectos, de premios de construcción; la emisión de certificaciones de calidad de materiales y sistemas constructivos; el establecimiento de un Código de Ética Profesional y la instalación de un sistema de archivos de arquitectura.
La SCA sufrió una notable transformación a mediados del siglo XX, convirtiéndose, como antes se dijo, en la Academia de Arquitectura, con menos interés en aspectos gremiales y más en aquellos de corte epistemológico. La función gremial quedó en manos de otras organizaciones, como la Sociedad Francesa de Arquitectos.
En España, un modelo similar existió en las Sociedades de Arquitectos, transformadas en los Colegios de Arquitectos, los cuales fueron creados entre 1929 y 1931. Esta fue una experiencia que Rafael Bergamín, uno de los fundadores de la SVA, conoció y en la que participó activamente, como parte del Comité de la revista Arquitectura y como directivo del Colegio de Arquitectos de Madrid.
En Venezuela se cuenta con antecedentes de organización gremial desde el siglo XIX con el surgimiento del Colegio de Ingenieros, en 1861. El mismo fue concebido como órgano de consulta al servicio del Estado, y recibió un impulso notable con la creación del Ministerio de Obras Públicas, en 1874, lo que le permitió consolidar su rol de asesor de las obras ejecutadas por ese Ministerio. Adicionalmente, con un plan de estudios elaborado por el Colegio de Ingenieros y un amplio control gremial por parte de éste, se creó la Escuela de Ingeniería, en 1895, demostrando una vez más la estrecha vinculación entre los aspectos gremiales y los formativos en las distintas disciplinas. El título de Arquitecto, que desde 1881 se había autorizado mediante la presentación de un examen de calificación, se asocia al plan de estudios de la Escuela de Ingeniería, mediante un pensum de dos años, con un complemento obligatorio de un año a ser realizado en la Academia de Bellas Artes a partir del año 1897.
La diferenciación entre los campos profesionales, inicialmente subsumidos en la categoría general de la ingeniería es otro de los aspectos que se presentó gradualmente en el país. Ello se evidenció a través de la presencia de sociedades específicas. Es el caso de la Sociedad Venezolana de Ingenieros Civiles, de 1891 y la Sociedad Venezolana de Arquitectura y Construcción. Esta última es un precedente de la SVA; fue fundada en agosto de 1895 por el ingeniero Eduardo Calcaño Sánchez (1870-1940), un agrimensor con estudios de ingeniería en París, profesor de cátedras asociadas a la geometría descriptiva y el dibujo en la recién formada Escuela de Ingeniería de la Universidad Central de Venezuela y Presidente del Colegio de Ingenieros de Venezuela en 1922-1923. Le acompañaron en esta Sociedad de fomento de la arquitectura otros once profesionales de la ingeniería, quienes planteaban ya en ese momento el deslinde de las disciplinas. Entre estos profesionales destaca Alejandro Chataing, padre de Luis Eduardo Chataing, quien fue Presidente de la Sociedad en 1897.
La Sociedad Venezolana de Arquitectura sesionaba semanalmente, y en sus reuniones se presentaban proyectos y estudios para ser discutidos colectivamente. También promovió una Medalla de Oro y diploma de arquitectura y mantenía frecuente comunicación con la Sociedad Central de Arquitectos de Francia, al punto de ser considerada como correspondiente de la francesa (González, 2004: pp. 36-37).
Las actuaciones iniciales del Colegio de Ingenieros y las sociedades antes mencionadas contribuyeron a perfilar mejor las características de las profesiones. Es así como apareció en 1925 la Ley del Ejercicio de las Profesiones de Ingeniero, Arquitecto y Agrimensor. Posteriormente, en 1936, la llegada de arquitectos extranjeros y el regreso de profesionales venezolanos formados en el extranjero, se produjeron decisiones del Colegio de Ingenieros de Venezuela para facilitar el proceso de acreditación de los estudios de estos profesionales. De esta manera, revalidaron sus títulos Enrique García Maldonado y Carlos Raúl Villanueva en 1936, Roberto Henríquez en 1937, Rafael Bergamín en 1939 y Heriberto González Méndez en 1940. También en 1936, se creó la Asociación Venezolana de Ingenieros (AVI), con el objetivo de reunir a los profesionales con títulos no revalidados.
Un importante paso en la diferenciación disciplinar se dio en 1941, con la separación de las carreras de Arquitectura e Ingeniería. Ello se pensó fundamentalmente para dar respuesta al tema de las reválidas. En 1944 se llevó a cabo un primer año de estudios de arquitectura, con cursos cada dos años y un plan de estudios de cuatro años. Con ello se dio inicio a la formación profesional en arquitectura en el país, un indudable estímulo a las acciones gremiales del año 1945.
3. El tiempo gremial: el annus mirabilis de 1945
La creación de la SVA se produjo, no casualmente, en un momento de grandes cambios; el año 1945 estuvo lleno de acontecimientos en el plano internacional y local. Desde luego, el fin de la Segunda Guerra Mundial fue el evento más importante de ese año. Con el triunfo de las fuerzas aliadas encabezadas por los Estados Unidos se marcó el liderazgo mundial de ese país en múltiples ámbitos durante el resto del siglo XX.
Pero no se trató solamente del final del sangriento conflicto, sino del surgimiento de sentimientos ambiguos sobre el futuro del mundo y de la arquitectura; por una parte, la euforia y el interés por reconstruir la Europa devastada y el boom de la construcción en los Estados Unidos generaron amplias oportunidades para la aplicación de las propuestas de la arquitectura moderna. Por otra parte, el holocausto y la perspectiva de un Apocalipsis nuclear por efecto del lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki arrojaron sombras sobre el proyecto moderno.
En cualquier caso, el conflicto de carácter ampliado, mundial, hizo surgir un interés por la inserción de las naciones en esquemas de derecho internacional, como mecanismos para promover la paz. Ante la ineficacia de la Sociedad de las Naciones para evitar la Guerra, se produjo el rediseño del sistema de relaciones internacionales de postguerra, por lo cual se propone en Yalta, el 4 de febrero, la creación de las Naciones Unidas, con la mudanza estratégica de la sede de Ginebra a Nueva York, un conjunto diseñado por un equipo coordinado por el arquitecto Wallace Harrison, autor del proyecto del Hotel Ávila en Caracas. Este interés por lo global se manifestó también en una arquitectura de corte similar en muchos países, la cual recibió el título de “Estilo Internacional”.
En Venezuela, el año 1945 supondría también un punto de inflexión en diversos aspectos del quehacer nacional. En primer lugar, se produjo una inserción creciente del país, por efectos del petróleo, en el contexto global y, en relación con el desenlace de la Guerra, se intensificó el predominio de los Estados Unidos como principal socio comercial e influencia cultural en el país.
En aspectos internos, la súbita indisposición, en agosto de ese año, de Diógenes Escalante, embajador de Venezuela en los Estados Unidos, quien había sido proclamado en junio como candidato presidencial por amplios sectores políticos, precipitó los acontecimientos que llevarían al golpe de octubre y al derrocamiento del gobierno del general Isaías Medina Angarita, marcando la crisis final del gomecismo y la presencia en el panorama político de la nación de nuevos actores civiles y militares, buena parte de los cuales provenía de la llamada Generación del 28, de la cual formó parte importante Enrique García Maldonado, uno de los fundadores de la SVA.
El mundo del ejercicio profesional en arquitectura fue afectado a raíz de los conflictos bélicos en Europa. Escapando de la guerra, a veces en rol de inmigrantes y otras como exiliados, muchos profesionales se establecieron en el continente americano. A Venezuela se dirigieron varios de ellos, y se unieron a los venezolanos formados en el extranjero, desarrollando trabajos para instituciones gubernamentales, la industria petrolera y el sector privado.
La disponibilidad de un mayor número de profesionales en arquitectura se sumó al favorable clima de crecimiento económico de mediados de siglo. En la ciudad de Caracas se incorporaron diversos proyectos arquitectónicos y urbanísticos en el propio año 1945; se inauguró la plaza Morelos y la avenida México y se dio inicio a las obras de la iglesia de Nuestra Señora de la Coromoto, en la urbanización El Pinar. Al mismo tiempo, se iniciaron las expropiaciones para la avenida Bolívar y, con la inauguración de la plaza Rafael Urdaneta y los bloques 1 al 4, se concluyeron las obras del conjunto de El Silencio, la obra de renovación urbana de mayor envergadura emprendida hasta esa fecha en el país.
Casi simultáneamente, se materializaron las primeras iniciativas para el rescate de la memoria urbana y la preservación del patrimonio histórico y cultural; el 9 de enero Enrique Bernardo Núñez fue nombrado Cronista de Caracas y el 16 de julio se promulgó la Ley de Protección y Conservación de Antigüedades y Obras Artísticas de la Nación, primer instrumento jurídico de su tipo en Venezuela.
En materia de la sistematización de los procesos constructivos, el Ministerio de Obras Públicas publicó ese mismo año las normas oficiales para la Construcción y para el Cálculo de Estructuras, con la importante participación en su redacción de Roberto Henríquez, miembro fundador de la SVA y Alberto Olivares, electo en abril como presidente del Colegio de Ingenieros de Venezuela.
El contexto cambiante y modernizador aquí esbozado fue un estimulante apropiado para la creación de la Sociedad Venezolana de Arquitectos, la cual puede considerarse otro de los hitos de este año pletórico de acontecimientos.
4. La creación de la SVA: de siete individuos a un gremio
Como antes se mencionó, el 4 de julio de 1945 se fundó la Sociedad Venezolana de Arquitectos (SVA) mediante un acta firmada por los siete miembros iniciales. En este acto inicial se estableció que los fines del organismo recién creado eran: “Dar impulso al estudio y desarrollo de la Arquitectura; cultivar la ética profesional; establecer vínculos de unión entre sus miembros y propender a la defensa y mejoramiento de la profesión”. La primera Junta Directiva de la Sociedad estuvo compuesta por Carlos Raúl Villanueva (Presidente), Luis Eduardo Chataing (Vicepresidente) y Heriberto González Méndez (Secretario).
La agenda de actuación de la Sociedad contemplaba implícitamente la diferenciación profesional del arquitecto con respecto al ingeniero. Asimismo, tenía el potencial de incorporar los principios del modernismo a la actuación arquitectónica del país, al margen de la visión más tradicional de los profesionales de la ingeniería para el momento. Luis Eduardo Chataing, en un artículo publicado originalmente en el diario El Universal, recordando el periodo inicial de la SVA, hacía énfasis en estos aspectos:
En aquellos días se fundó aquella Sociedad Venezolana de Arquitectos, con carácter gremial; consecuencia de momento político y social que vivía el país, en contraposición al Colegio de Ingenieros de Venezuela, instituto oficial y con tendencias académicas cuya presidencia me cupo el honor de desempeñar (…).
Si bien fueron siete los miembros iniciales de la SVA, pronto se incorporaron otros profesionales de la arquitectura, quienes se solidarizaron con la consolidación de este nuevo espacio profesional. Es el caso de Luis Bello Caballero, Erasmo Calvani, Carlos Guinand, Gustavo Guinand, Luis Malaussena, Leopoldo Martínez Olavarría, Manuel Mujica Millán, Guillermo Pardo Soublette, Willy Ossott, Germán Ponte, Guillermo Salas, Rafael Seijas Cook, Luis A. Urbaneja, Gustavo Wallis y Pedro A. Yánez.
Como se mencionara al principio, los intereses asociativos que contribuyen a fortalecer una red de relaciones en un incipiente campo profesional surgieron en medio de coincidencias y diferencias en el grupo de los fundadores de la SVA. Salvo Bergamín, los otros creadores de la Sociedad eran venezolanos, pero con excepción de Chataing, eran todos un poco forasteros, pues habían estudiado en el exterior. Fueron, como en algún momento hemos expresado, profesionales sin profesión, puesto que el ejercicio de la arquitectura –particularmente para la clientela privada- era algo novedoso en el país y no se acostumbraba cobrar honorarios por la tarea de diseño, sino por la de construcción. No existían estudios universitarios de arquitectura ni actividades gremiales organizadas, por lo cual surgieron los inevitables problemas para la convalidación de títulos y de reconocimiento de la profesión.
Pudiera decirse que desde el punto de vista de sus edades, los miembros iniciales de la SVA pertenecían a una misma generación; salvo Rafael Bergamín, que había nacido en 1891, los demás habían nacido todos en los primeros años del siglo XX, separados el mayor del menor por apenas seis años.
Otro aspecto en común era la influencia de la academia europea, particularmente la francesa, en sus procesos formativos. Cinco de ellos realizaron estudios universitarios en centros de ese país; García Maldonado, González Méndez y Henríquez en la Escuela Especial de Trabajos Públicos, Villanueva en la Escuela de Bellas Artes y Domínguez en la Escuela Especial de Arquitectura. Bergamín estudió en Madrid y Chataing, el único graduado en el país, había estudiado en el Colegio Francés, donde había conocido a Domínguez, siendo esta la base para una amistad duradera entre ambos.
En un medio social y profesional de dimensiones reducidas, eran amigos y, al mismo tiempo, competidores. Las primeras reuniones, conducentes a la creación de la Sociedad, tomaron lugar como charlas de café, particularmente en un local del cine Hollywood, propiedad de Bergamín, quien fue factor principal en la conceptualización de la nueva Sociedad, así como lo fuera González Méndez en su fase de instrumentación. En estas tertulias se perfilaba el interés gremial, más allá de los vínculos amistosos entre algunos de ellos.
Desarrollaron, además, trabajos en conjunto; Chataing y Domínguez en el MOP; García Maldonado y Bergamín en el proyecto del teatro Ávila; Henríquez en el cálculo estructural de varias edificaciones de Villanueva. Incluso llegaron a proyectar edificaciones para la familia de sus colegas, como ocurrió cuando González M. realizó la casa para la familia de Domínguez en La Florida en 1940.
También tuvieron oportunidad de rivalizar en concursos de arquitectura. Por ejemplo, en el realizado en 1940 para el proyecto de la Sede (hoy existente) del Colegio de Ingenieros de Venezuela. El ganador del concurso fue Luis Eduardo Chataing, a la sazón Vicepresidente del Colegio de Ingenieros. Entre las menciones del Concurso se encontraban los proyectos de otros de los miembros fundadores de la SVA; los de Roberto Henríquez, Carlos Raúl Villanueva y Rafael Bergamín. Como dato de interés, en todas las propuestas continuaban presentes los rasgos de una arquitectura de corte academicista, si bien algunos de los autores habían generado anteriormente proyectos de mayor adecuación al lenguaje de la arquitectura moderna; la casa del Marqués de Villora, de Bergamín, considerada una de las primeras obras de la arquitectura moderna en España, la Escuela Gran Colombia, de Villanueva y el Instituto Pedagógico de Caracas, de Domínguez, por sólo mencionar tres ejemplos.
En paralelo con la actividad profesional en arquitectura, examinada con mayor detalle en cada uno de los artículos que se presentan en este número, la mayoría de los fundadores desplegó un interés especial por el tema del urbanismo, marcado en buena parte por los requerimientos de una ciudad que estaba en su clímax de crecimiento. Villanueva proyectó el conjunto de El Silencio y, posteriormente, el Plan Maestro de la Ciudad Universitaria y la urbanización Rafael Urdaneta, en Maracaibo y fue miembro de la Comisión Técnica Consultiva del Plan de Caracas de 1939. García Maldonado fue el arquitecto oficial de la Dirección de Urbanismo del Distrito Federal, asesor de la Comisión Nacional de Urbanismo y autor del proyecto de diferentes urbanizaciones en Caracas. Chataing elaboró un Plan para la Expansión de Caracas, auspiciado por el MOP y la AVI, presentado al Concejo Municipal del Distrito Federal y fue miembro de la Comisión Nacional de Urbanismo. Domínguez fue también miembro de la Comisión Nacional de Urbanismo y, según algunas versiones participó, desde el MOP, en la elaboración o ajuste del plan de Ciudad Ojeda de 1937, el primer plan moderno de un asentamiento en el país y fue figura sobresaliente en el proyecto del Centro Simón Bolívar. Bergamín, quien había llegado a Venezuela por solicitud del arquitecto español Secundino Zuazo con miras a gestionar el contrato del Plan de Caracas, escribió frecuentemente sobre el tema y sobre paisajismo, participó en la Comisión del Plano Regulador de Caracas de 1951 y dictó la asignatura de Urbanismo en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela.
Consistente con el interés por impulsar los estudios de arquitectura, fue notable la contribución de casi todos a las actividades académicas: Bergamín, Chataing, Domínguez, Henríquez y Villanueva fueron profesores de la Escuela, luego Facultad, de Arquitectura, siendo el último de ellos, además, proyectista del edificio de la Facultad de Arquitectura. Por su parte, González Méndez se desempeñó como profesor en la Asociación Venezolana de Albañiles.
El prestigio profesional y académico que ya para 1945 todos ellos habían alcanzado fue un catalizador para la intensa agenda inicial de actividades de la SVA, expresada en diferentes esferas de actuación, como la educación en arquitectura, actividades sociales y de representación gremial y la divulgación de los logros de la disciplina en charlas, eventos y publicaciones diversas. Continuarían prestando su colaboración a la Sociedad, en diferente medida, a lo largo de los años.
5. Destinos: los itinerarios de la SVA
El 15 de abril de 1946 se realizó la constitución formal de la Sociedad Venezolana de Arquitectos en la Oficina de Registro Público. La Junta Directiva, que sustituyó a la Junta original, estaba compuesta por Carlos Guinand Sandoz como Presidente, Cipriano Domínguez como Vicepresidente y Heriberto González Méndez, nuevamente como Secretario. A lo largo del tiempo, los siete fundadores, con la excepción de Bergamín y García Maldonado, ocuparon puestos en la Directiva de la Sociedad.
Observando los logros de la SVA, no pudiera sino calificarse de sorprendente la dedicación que le pusieron sus iniciadores, en medio de la intensa actividad profesional y académica que les ocupaba. La más palpable demostración del éxito de la iniciativa fue el notable crecimiento del número de afiliados a la Sociedad y la ampliación de sus esferas de actuación. Por ejemplo, para el año 1959, la SVA poseía 204 miembros de número, 31 miembros afiliados y 3 miembros honorarios (Bruno Levi, Oscar Niemeyer y Maurice Rotival). Cinco años más tarde, en 1964, llegó a 375 miembros.
Adicionalmente, la organización se tornó no solamente más numerosa, sino más compleja. Para el año 1958, la Sociedad mostraba la magnitud y especialización alcanzada, con variadas instancias de toma de decisión; en su organigrama aparecían cinco tipos de miembros, una Junta Directiva, una Asamblea General, un Tribunal Disciplinario, un Consejo Consultivo, una Consultoría Jurídica, una Secretaría Ejecutiva y una oficina de Administración. Además, se estructuraba en diez comisiones dedicadas a la creación del Colegio de Arquitectos, la gestión de un edificio sede, la organización de congresos y exposiciones, relaciones públicas, ejercicio profesional, revista, actividades culturales, reglamentos y actividades artísticas.
Un frente de actuación de gran relevancia para la Sociedad estuvo constituido por el interés en la consolidación de los estudios de arquitectura en el país. Desde sus modestos inicios, con 27 estudiantes en dos cohortes, correspondientes a los años 1944 y 1946 –con el egreso en 1948 del primer grupo de arquitectos, 11 en total- la matrícula estudiantil fue creciendo de manera sostenida hasta que, a finales del año 1953, la Escuela se elevó a condición de Facultad. Como antes se mencionó, la SVA estuvo muy vinculada a la actividad académica, tanto por obra de varios de sus miembros fundadores como por el establecimiento de la sede de la Sociedad en el propio edificio de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela.
Desde sus inicios, la SVA tuvo una importante actuación en la representación del país y organización de eventos nacionales e internacionales. En 1947 participó en el Sexto Congreso Panamericano de Arquitectos, en Lima y luego en los de La Habana y México. Posteriormente, obtendría para Caracas la sede del Noveno Congreso Panamericano, el cual tuvo lugar en 1954. En 1959 organizó el Primer Congreso Venezolano de la Vivienda, en Maracay y, del 6 al 12 de diciembre de ese año, auspició la Primera Convención Nacional de Arquitectos, realizada en Caracas. Este último evento contó con una nutrida asistencia, la cual deliberó sobre varios ejes temáticos del quehacer arquitectónico, como fueron la Función Social del Arquitecto, la Labor Profesional y la Formación Universitaria. En esta oportunidad, González Méndez presentó una ponencia sobre la necesidad de Colegiación de los Arquitectos. Se organizarían otras Convenciones Nacionales, la Segunda en 1962, en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela, con 219 participantes y la Tercera en 1965. Como colofón de esta actividad organizativa, se encuentra la creación de las Bienales Nacionales de Arquitectura, las cuales tomaron lugar desde 1963 hasta 1998.
Asociados a las Bienales de Arquitectura, fueron creados el Premio Nacional de Arquitectura, por el Ministerio de Educación y el Premio de la SVA, por resolución de la Junta Directiva de la Sociedad, el 3 de junio de 1963. El primer Premio Nacional fue obtenido por Villanueva (quien donó el monto del premio a la Sociedad) y el de la SVA fue para Jorge Romero, por la obra Centro Profesional del Este. Otros dos miembros fundadores fueron acreedores del Premio (desde 1966 del Colegio de Arquitectos de Venezuela); González Méndez, en 1976 y Henríquez, en 1980. La SVA auspició varios concursos de arquitectura y arte, como los de un hotel en Punta Vista en Ciudad Guayana y el del Pabellón de Venezuela en Nueva York, ambos en 1962, y el Tercer Salón Anual de Pintura, Escultura y Dibujo, en 1964.
A la par de desarrollar estas importantes actividades, la SVA se incorporó activamente al surgimiento de redes globales e intentos asociativos internacionales, como fueron la Unión Internacional de Arquitectos (UIA), la Federación Panamericana de Asociaciones de Arquitectura (FPAA), a la cual se adscribió en 1946 y la Sociedad Bolivariana de Arquitectos, creada en julio de 1963, con un documento constitutivo firmado en la sede de la SVA. El primer Presidente de la Sociedad Bolivariana fue Guido Bermúdez y su Vicepresidente Carlos Celis Cepero.
Para dar a conocer sus actividades, la Sociedad elaboró diversos medios de divulgación, como boletines y, finalmente, la Revista SVA, cuyo primer número apareció en julio de 1958. En su número extraordinario 2-3, de septiembre a diciembre del mismo año, se reportaba un considerable tiraje de 2.000 ejemplares, de circulación gratuita. La Revista siguió publicándose con aceptable regularidad, veinte números hasta el año 1965. En 1966, se convirtió en la revista del Colegio de Arquitectos de Venezuela.
Otra contribución relevante, en adición a diversas tareas específicas en materia de previsión social y defensa de honorarios profesionales, fue en el proceso de diferenciación de la disciplina y la búsqueda de establecer códigos deontológicos. El Código de Ética Profesional del Colegio de Ingenieros de Venezuela apareció en 1953 y la Ley del Ejercicio de la Ingeniería, Arquitectura y Profesiones Afines, en 1958. En 1966 la SVA se transformó en el Colegio de Arquitectos de Venezuela, siendo Heriberto González Méndez el Presidente Fundador del mismo.
Gracias a los notables esfuerzos de los fundadores y sus continuadores, se cuenta en la actualidad con una profesión establecida y reconocida en el país. No obstante, con una estructura gremial no suficientemente desarrollada y deslindada del ejercicio de la ingeniería. Esa condición de relativa inestabilidad se evidencia en la poca continuidad de las actividades iniciadas por el ente gremial y en el carácter nomádico de una organización que no ha logrado una instancia arquitectónica que le albergue de manera permanente; su sede inicial fue el piso superior de una casa frente a la iglesia de Las Mercedes. De inmediato se produjo la mudanza a un nuevo local en el piso séptimo del Bloque 1 de El Silencio. Entre 1953 y 1956, se trasladó al Centro Simón Bolívar, con motivo de la organización de Congreso Panamericano de Arquitectos. Por varios años ocuparía el piso 9 del edificio de la de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela, hasta que, ya como Colegio de Arquitectos, buscaría otra localización en 1969 por motivo del proceso de Renovación que vivía la Facultad y la Universidad. Varios años en el sótano del Centro Comercial Chacaíto, la mudanza a La Urbina en la década de 1970, retorno al Colegio de Ingenieros y un nuevo espacio en el Centro Comercial Casa Mall de Los Naranjos completan este proceso itinerante de ocho sedes en menos de setenta años.
Sin embargo, es necesario hacer un reconocimiento a todos los esfuerzos realizados, desde aquellas tertulias de café al Colegio de hoy, para suscitar interés por la arquitectura, promocionar su urgencia social y crear una institucionalidad que permita superar “(…) esa cadena interminable de rencillas personales que en Venezuela nos empeñamos en llamar ‘historia patria’ (…)” (Suniaga: p. 72).
Artículo introductorio de la edición dedicada a los «65 años de la creación de la SVA». Publicado en la revista entre rayas No. 84, meses julio-agosto 2010. Investigación coordinada por los Arqs. Lorenzo González Casas y Henry Vicente.
Fotografía: Los siete miembros fundadores de la SVA en la Sede del Colegio de Ingenieros. De pie: Enrique García Maldonado, Carlos Raúl Villanueva y Rafael Bergamín. Sentados: Heriberto González Méndez Cipriano Domínguez. Luis Eduardo Chataing y Roberto Henríquez.