Le Corbusier: a 50 años de su última promenade

“Son muchos los que no han querido comprenderlo
y sólo quisieron ver de su obra un solo lado:
las formas, las expresiones de su arte,
…no dando en cambio el valor que merecía
lo que lo diferenció esencialmente de otros grandes arquitectos,
como su amor a los hombres.”
Carlos Raúl Villanueva (1)

Han transcurrido 50 años desde aquel 27 de agosto de 1965 cuando el alma de Charles Édouard Jeanneret Gris abandonó su cuerpo en aquella playa en Cap-Martin, Roquebrune, para pasar a la eternidad. Tras de sí, Le Corbusier como mejor se le ha conocido, dejo una larga y luminosa trayectoria como arquitecto, urbanista, artista, intelectual y poeta. En ocasiones como esta es difícil no acudir a los lugares comunes que suelen usarse para esbozar una mínima semblanza de esta mítica figura, para poner en escala su ingenio, para subrayar el valor de su excepcional obra y para sintetizar en grandes trazos el universo de sus ideas. Por ello el repaso generoso en apelativos sobre las principales obras de una de las mentes más fecundas del siglo XX desde sus tempranos años en La Chaux-de-Fonds hasta la conclusión póstuma de la Unité d’habitation de Firminy (sin dejar de invocar la villa Savoye, la Capilla en Ronchamp, la Unité d’habitation de Marsella, el conjunto de Chandigarh y el Convento de La Tourette) parece siempre un asunto inevitable. Pero también podríamos hurgar en otras costuras de su personalidad, su humanidad y su existencia en este mundo y, especialmente, en el suyo. Para ello apelamos a la famosa pregunta de Maurice Besset, ¿Quién fue Le Corbusier? (2)

El maestro franco-suizo fue un hombre adorado y detestado en la misma proporción. Fue un hombre encerrado y de trato difícil, sus modales definitivamente no encajaban en los del hombre común. Le Corbusier, el ser, era impredecible y contradictorio, sereno y apasionado, contenido y efusivo, paciente y ansioso; un auténtico campo de fuerza de múltiples polaridades. Tal vez por ello Von Moos ha dicho que su verdadera biografía está todavía por escribirse (3). Sus más cercanos le han descrito como un hombre de trato seco, algo irritable, directo, sin opacidades verbales ni rodeos, a veces humilde y otras soberbio. Su predilección y sensibilidad por las cosas sencillas y esenciales de la vida dejaba que pasara fácilmente de la emoción a las lágrimas. Este no era un hombre de medias tintas, no se guardaba sus opiniones ni sus gestos de repulsión frente a la mediocridad y los excesos que asociaba tanto con la cultura decadente como con sus antagonistas. Todo ello sedimentó con el tiempo, como es natural, un lecho de intrigas, misterios, mitos, desconfianza y antipatías que de una u otra forma le asechó durante toda su vida causándole no pocas amarguras y rencores.

Pero su temperamento no lo explica todo. Debajo de esa coraza externa de superioridad y de sobrada elocuencia habitaba, como es natural, un ser con muchas debilidades e inseguridades. La presencia de su madre, su preceptor y su mujer en la orilla de su existencia fue decisiva tanto en el forjado de sus útiles de vida como de sus herramientas de arquitecto. Le Corbusier, mantuvo hasta el final de su vida una relación de profundo respeto y dependencia respecto a su madre. La Sra. María Charlotte Amélie fue su gran confidente, su leal consejera y ejerció sin mayor oposición su autoridad ante su indefenso hijo. De ella adoptó su carácter sencillo, sus ideales cristianos, humanitarios y su conciencia moral. A Charles L’Epplatenier le debemos mucho. Fue quien decidió con un golpe de autoridad que el joven Jeanneret sería arquitecto: Tu feras de l’architecture! exclamó el joven tutor. El maestro no sólo le brindó una educación envidiable, también detectó tempranamente la verdadera vocación de aquel joven provinciano con aire pueril que se sentía destinado a la pintura. Con Yvonne, su mujer, tuvo una relación estable y discreta, alejada de su vida profesional y casi invisible a los ojos de sus más allegados. Podría decirse que tuvieron una relación íntima y cuasi clandestina, especialmente en los años en su entrañable Cabanon. De ella recibió una versión (pseudo maligna) del trato hacia los demás. La Sra. Le Corbusier, monaguesca de origen gitano, se distinguió por su displicencia, su desenfado, su humor cortante y, especialmente, por el manejo solvente de los temas esenciales de la existencia.

Le Corbusier fue un gran arquitecto, un tanto incomprendido, un verdadero monstruo de nuestro arte, supo patentar con maestría las formas de los nuevos tiempos tanto en centímetros como en kilómetros, de eso no cabe la menor duda pero, como el mismo Moos señala, fue también el peor y más torpe abogado de su propia causa. Su ingenio no sólo parió grandes edificios sino también las mejores estrategias para hacerse un nombre. Su vida y su obra estuvieron signadas por la necesidad de demostrar, convencer y, sobre todo, de vencer. En 1920 Jeanneret decidió usar un pseudónimo para firmar sus escritos y en el primer número de L’Esprit Nouveau (4) debutó oficialmente el nombre de Le Corbusier, una derivación del apellido de una rama familiar extinta apellidada Lecorbésier (5). En sus últimos años Le Corbusier desarrolló una suerte de homonimia entre su nombre y la figura del cuervo al punto de suplantar en ocasiones su firma con un pequeño dibujo del animal. Para muchos de sus detractores se trataba en efecto de un hombre que lograba encarnar en su personalidad la conducta que caracteriza al trémulo cuervo, un ave ágil y omnívora que se distingue por su oportunismo, astucia e inteligencia.

Corbu fue su mejor publicista y a la vez un pésimo relacionista público. Su testarudez y el deseo de ocupar un lugar indiscutido entre sus pares no le hizo ganar en afectos. Se dice que cada vez que Wright leía que Le Corbusier había terminado una casa, decía a sus Taliesin Fellows: Bueno, ahora que ha terminado una casa, escribirá cuatro libros sobre ella. Tom Wolfe, a quien no se le puede contar entre sus admiradores lo definió así: Era exagerado, era machacón, era brillante, era Santo Tomás, era los jesuitas, el Doctor Sutil y la escolástica, Marx, Hegel, Engels y el príncipe Kropotkin amasados en uno. Su Vers une architecture fue la Biblia. Hacia 1924 era uno de los genios imperantes de la nueva arquitectura. En su mundo era…¡Corbu! Del mismo modo que Greta Garbo era ¡la Garbo! en el suyo (6).

A pesar del asedio al que Corbu se vio sometido la vida no le negó ni oportunidades ni revanchas justas. Este genio de contextura frágil y semblante pálido, de gafas tristes, como el mismo las definió, de vista corta e ideas largas, acicalado, trajeado a la usanza de la época, con cierto aire docto y clerical, encarnó un espíritu rebelde, insaciable, audaz, sólido, inquieto y tenaz. Le Corbusier vivió, trabajó, se hizo llamar e incluso murió en sus propios términos (7).

El 1ro. de setiembre de 1965 en los actos oficiales funerarios André Malraux (8) dijo lo siguiente: Fue pintor, escultor y más secretamente poeta. No luchó ni por la pintura, ni por la escultura, ni por la poesía. Sólo luchó por la arquitectura. Cuesta pensar que este combativo hombre no haya podido alcanzar alguno de sus sueños; sólo la muerte podía contraponerse a ellos. Sus últimas palabras a los 78 años aquella mañana de verano en la Costa Azul, una breve conversación con su amiga y vecina, la Sra. Schelbert, dan cuenta de ello:

¿Sabe?, Yo soy un viejo tonto, pero todavía tengo en la cabeza planes para cien años, por lo menos. Hasta la vista, pues (9).

Luego de ello, Corbu caminó y se escurrió entre las rocas hacia su encuentro con lo inevitable. Esa sería, como sabemos, su última promenade.

Referencias bibliográficas:
(1). Villanueva, C. R. (1965) Luminosa trayectoria: Le Corbusier, Caracas, Punto Núm. 25
(2). Besset, M. (1968) Who was Le Corbusier?, Geneva, Editions d’Art Albert Skira
(3). Von Moos, S. (1977) Le Corbusier, Barcelona, Ed. Lumen, p. 394
(4). Además de usar el nombre de Le Corbusier, ocasionalmente usaba otros pseudónimos tales como: Vaucrecy y Fallet.
(5). Ozenfant, su socio por aquellos tiempos, colaboró en la elección del pseudónimo: Bien, vous relèverez le nom; vous seres Le Corbusier, en deux sections, cela fera plus riche. Aujourd d’hui, nº 51, p. 15
(6). Wolfe, T. (1982) ¿Quién le teme al Bauhaus feroz?, Barcelona, Ed. Anagrama, p. 32
(7). Por su deterioro físico su médico de cabecera le había prohibido expresamente que realizara actividades que sometiera a esfuerzos su agotada humanidad.
(8). Ministro de Estado para Asuntos Culturales, cuyo discurso sirvió para despedir en el Louvre al maestro moderno. II avait été peintre, sculpteur, et, plus secrètement, poète. Il ne s’était battu ni pour la peinture, ni pour la sculpture, ni pour la poésie: il ne s’est battu que pour l’architecture.
(9). Ibíd. , p. 403

José Humberto Gómez
Arquitecto, docente e investigador FAU/UCV
www.josehumbertogomez.wordpress.com