J. Marta Sosa, G. Vertullo, F. Prieto,
Hotel Humboldt. Un milagro en El Ávila
Fundavag, Caracas, 2014.
RESEÑA
Por Juan José Pérez Rancel
UCV, 2015
“… los embustes no son verdad pero las verdades no son embustes.”
Testimonio imaginario de Blanca Santander, maestra rural.
En: Joaquín Marta Sosa, “EL TOTEM DE LA MONTAÑA
(Mitos y Leyendas en el Humboldt… con algunas verdades)”
Del libro Hotel Humboldt. Un milagro en El Ávila.
No podía ser de otra manera un libro que describe así la ruptura de fronteras y límites. Tenía que revelar mágicamente la cósmica convergencia de espacios y tiempos, nombres y montañas, obras y empresas, campesinos-obreros, arquitectos-ingenieros, mediante una narrativa múltiple como un estallido, como la fragmentación infinita y a la vez aglutinada de los componentes de esa historia. Una historia que rebasa los límites de la arquitectura, resaltando sus protagonistas humanos al lado de su valor tecnológico, sus autores intelectuales y materiales con sus audacias que rayaron en lo insólito, sus pequeñas y grandes decisiones en escala 1 a 1 sobre las cumbres de este brazo antillano de la Cordillera de Los Andes.
“Un milagro en El Ávila”, es parte del título de un libro que rescata para la posteridad la historia de un atrevimiento: el de hollar sistemáticamente la montaña caraqueña y trazar sobre sus cimas una cornisa artificial. Un episodio, entonces inédito, de la secular convivencia entre Natura y Cultura. Eso significó la construcción de las instalaciones del Teleférico de Caracas y del Hotel llamado Humboldt.
El libro aporta una imagen poliédrica, como las cáscaras de las estaciones del teleférico, del surgimiento de la idea y de las sucesivas y enriquecedoras decisiones que brotaron a partir de la visionaria ocurrencia que un Ingeniero francés, el Conde Vladimir de Bertren, con experiencia en teleféricos en Suiza, presentó en 1954 al Ministro de Obras Públicas Julio Bacalao Lara. Una imagen múltiple de su materialización contra todo pronóstico en proyectos, uno tras otro, para cada etapa, cada edificación, cada instalación. Imágenes confluyentes –textuales, fotográficas, cinematográficas, hemerográficas, planimétricas y de geniales esbozos arquitectónicos, de su laboriosa, corajuda y tenaz construcción.
Fueron el Teleférico y su Hotel un logro de la ingeniería venezolana, que desde comienzos del siglo XX venía madurando en un organismo como el Ministerio de Obras Públicas, cuyo prestigio científico era ya de reputación internacional. El MOP contó por entonces con, además del decidido Ministro Julio Bacalao Lara, la figura de Tomás Sanabria, un Arquitecto cuyas obras comenzaban a destacarse en el paisaje moderno capitalino, mientras era el primer Director de la universitaria Escuela de Arquitectura. Igualmente, quiso la Providencia o el azar o el destino o la magia, que estuviesen en Caracas los recursos humanos y técnicos que materializarían el futuro milagro en El Ávila: algunos excepcionales ingenieros y empresas con nexos internacionales, entre los cuales resaltan Oscar Urreiztieta, Gustavo Larrazábal y Francisco Mastropaolo, activos contratistas del MOP, empresarios ya venezolanos y herederos de la tradición constructora ibérica y mediterránea. Así mismo, se contaba con un contingente demográfico sólidamente capacitado en las ciencias de la construcción, llegado durante la segunda postguerra europea y una clase trabajadora urgida de acción y entrenada para ella, que estaba materializando la pregonada modernidad caraqueña. Todos están presentes en este libro multimedia, narrando sus recuerdos de aquel atrevido prodigio.
Contó también el MOP con el coyuntural espíritu de la época imperante en aquella multinacional Caracas Moderna (y en todo el territorio nacional) de los años cincuenta, que veía redibujado su mapa en numerosas obras singulares: la autopista a La Guaira, con sus túneles y viaductos, estos últimos reconocidas proezas de la ingeniería mundial; las torres del Centro Simón Bolívar, siluetas icónicas desde entonces de la capital venezolana; la Ciudad Universitaria de la UCV, los bloques de vivienda del Banco Obrero, que acababan de asombrar a Suramérica al alcanzar una cifra record de apartamentos con fines sociales; el inesperado proceso de “volver urbes” -urbanizar- las colinas y montes al Sur de Caracas, augurando la expansión que ya vendría; avenidas largamente esperadas por la ciudad y la República (Sucre, Miranda, Nueva Granada, Fuerzas Armadas, Urdaneta, el triple enlace de La Nacionalidad, la Roosevelt, etc.); el Paseo Los Próceres y el Círculo Militar; numerosos cines de espléndida arquitectura moderna; el Hipódromo La Rinconada; la Exposición Internacional en La Carlota, que devendría en Parque del Este luego de 1958 por obra de Carlos Guinand Sandoz y el equipo de Burle Marx; la Ciudad Vacacional Los Caracas y edificios hoteleros en todo el país; el teleférico de Mérida; el proyecto para el puente sobre el lago de Maracaibo; proyectos para autopistas urbanas e interurbanas, que junto con la domesticación de los ríos guayaneses serían construidas después de aquella última dictadura del siglo XX. En ese febril contexto, en que la reciente inmigración europea colaboraba con la intervención radical del medio físico propagandizada por el régimen, fue que se hizo posible el surgimiento del conjunto arquitectónico de El Ávila, a 2110 metros sobre el mar.
Su aparición en la vida física y espiritual de Caracas, es narrada con este libro absolutamente transgenérico: ensayo, crónica, cuento, leyenda, ficción, prosa poética, crítica arquitectónica, historia arquitectónica y urbana, memoria descriptiva, documentación gráfica, fotográfica y cinematográfica, guión de cine, entrevista, testimonio, son algunos de los géneros amalgamados en este exhaustivo volumen, a fin de cuentas un gran poema multimedia. Tenía que ser así un libro que abarca holísticamente las múltiples visiones y disciplinas interconectadas e involucradas en aquella magia hecha realidad pues en El Ávila, la ingeniería se volvió expresión arquitectónica, como testimonia aquí el ingeniero Urreiztieta y el entorno natural se fundió con la arquitectura y el paisajismo artificial, como decidieron Sanabria, Larrazábal y Burle-Marx; el paisaje irrumpió en la arquitectura y ella en él y la ingeniería se volvió espectáculo en medio de riscos, vertientes, cultivos y aldeas. El libro y los dos DVD que lo acompañan, recogen tanta abundancia creativa.
Federico Prieto, Licenciado en Letras y Comunicador Social, fue el de la ocurrencia del libro, camino que comenzó a emprender con una respetable búsqueda y clasificación de documentos y una valiosísima recopilación testimonial, cuya síntesis transcrita es recogida en la segunda mitad del libro. Plasma Prieto allí testimonios de un incalculable valor histórico, de los protagonistas fundamentales del conjunto arquitectónico: Bacalao Lara, Sanabria, Urreiztieta, Larrazábal y Mastropaolo y las opiniones de escogidos especialistas contemporáneos de variadas disciplinas, como Marco Negrón, Rafael Arráiz Lucca, Alfredo Morles, Federico Vegas y William Niño, cuyas acertadas contextualizaciones urbanísticas, históricas y arquitectónicas contribuyen a la valoración patrimonial del Conjunto Arquitectónico Teleférico-Hotel Humboldt. Las entrevistas son un concierto, también transgenérico y sin rigurosidad académica, de algunos de los posibles encuadres analíticos de nuestro fenómeno avileño: el hotel, el sistema Teleférico, el Ávila, la historia urbana y el paisaje caraqueño, además de algunos detalles, atribuciones de autoría e intríngulis tras bambalinas narrados por los ingenieros y por nuestro legendario arquitecto.
No satisfecho con ello, el libro incluye un epílogo, más bien una salida triunfal, haciendo honor a la investigación documental realizada: una sustancial reproducción de fotografías del proceso de construcción, desde las vistas aéreas sobre la montaña -algunas seguramente tomadas desde el avión por Tomás Sanabria, ya reconocido y experimentado piloto- y otras provenientes de valiosos archivos que afortunadamente abrieron sus puertas para esta investigación. Luego siguen las actas de nacimiento del conjunto (es decir, las Cuentas presentadas por Bacalao Lara al Presidente Pérez Jiménez, informando la marcha de los trabajos), reproducidas en facsímil con impecable fotografía, acompañada por algunas imágenes de la inauguración oficial y por la afortunada reproducción de las páginas del curiosísimo folleto preparado por el MOP para el día de la inauguración: tres tipos de documentos, todos de gran valor documental. La generosa disponibilidad de los archivos consultados, la persistente investigación en ellos, los facsímiles fotográficos así obtenidos y la adecuación técnica (responsabilidad de Denis Frank) para su reproducción en este libro, son un meritorio valor agregado a los textos principales que él ofrece.
Y estos textos, deliberadamente dejados para un final heterodoxo de esta reseña, son los de Joaquín Marta Sosa, José Gregory Vertullo y Federico Prieto. El de éste último es en realidad el Guión de uno de los documentales que en formato de DVD acompañan al libro. Diagramado este Guión de manera afortunadísima por Waleska Belisario (ABV Taller de Diseño), las fotos, más que ilustrar los párrafos del guión, establecen un feliz contrapunto con lo leído, resultando una emocionante y dinámica lectura que fluye sin poder parar, como una de las tantas quebradas desbordadas de El Ávila; no son simples adornos o ilustraciones aisladas: van de la mano con lo que dicen los entrevistados o el narrador, que dice lo escrito por Prieto; éste más que un guión, logra aquí reproducir el documental cinematográfico en papel. Con su texto culmina la primera mitad de este valioso libro, cuya Coordinación General estuvo también a su meritorio cuidado y que incluye al comienzo una sencilla pero utilísima Cronología, probablemente elaborada por él mismo, que parte desde dos lejanísimos antecedentes de la arquitectura aquí estudiada: la formación geológica de la montaña (sin mencionar el declive de la Cordillera hacia las Antillas para formar el mar Caribe) y su denominación con el nombre colonial con que la conocimos siempre: El Ávila (sin mencionar -lamentablemente- las exploraciones científicas por Humboldt en 1800, Codazzi en 1831-32 y Cagigal en 1838-39: “ninguna idea parece del todo original”, dirá Marta Sosa al comienzo del libro). También se deben a Prieto los valiosos textos complementarios que enriquecen el libro al principio y al final y los correctos pies de foto claramente descriptivos de cada localización archivística. Todo ello, aparte de la densa y sintética presentación inicial, por obra de Andreína Melarosa, representando a los editores, la Fundación Rosa y Giuseppe Vagnoni, presidida por ella.
De los textos principales, el intermedio es de José Gregory Vertullo, de quien podría decirse que aquí se convierte en el interlocutor entre Sanabria y los lectores, pues tiene el privilegio de haber sido el último asistente del Arquitecto Sanabria, antes de su fallecimiento el 19 de diciembre de 2008. Vertullo nos toma de la mano para llevarnos literalmente (o tal vez literariamente) a través de cada espacio arquitectónico del conjunto avileño. Su minuciosa descripción y valorización de cada espacio, cada mobiliario, cada especificación técnica, nos permite conocer los materiales y equipos utilizados, las firmas que los suministraron, su explicación funcional, ambiental, geométrica, su relación con la luz y los colores, los nombres del autor de los murales (Abel Valmitjana) que se integran a la arquitectura -en una década en que la integración de las artes y la arquitectura era tema actualísimo por la aparición de la Ciudad Universitaria-, en fin, describe cada pedazo de los edificios que conforman el conjunto de Sistema Teleférico más Hotel.
Gracias a esta detallada descripción de Vertullo (Master de la UCV en Conservación y Restauración de Monumentos), puede hacerse un recorrido virtual por esa arquitectura, confrontando lo descrito con las reproducciones fotográficas intercaladas en el texto, amplias y a toda página como debe ser en un libro de arquitectura. Bosquejos y dibujos preliminares se alternan con fotografías de la construcción. Acuarelas de Sanabria se reproducen a toda página junto con planos de arquitectura del hotel o de las estaciones de partida, de llegada, de Galipán o de Macuto. Fotos de Burle-Marx y Alejandro Pietri (arquitecto de la estación Maripérez) al tiempo que inéditos planos de sus respectivas propuestas paisajísticas y arquitectónicas. Todo un collage narrativo, una fiesta para la vista y el conocimiento histórico de la arquitectura, complementada por la sección final del libro con treinta y ocho conmovedoras fotografías, entre ellas las que permiten a las nuevas generaciones tener idea del “mural-perfil altimétrico del Ávila” -obra también de Abel Valmitjana, otro inmigrante que felizmente nos llegó de Cataluña- en la fachada Sur de la estación hacia Galipán, absurdamente destruido en 2001-2006, o las que muestran las históricas cabinas originales para los pasajeros (aportadas por los diseñadores alemanes del teleférico, la Ernst Heckel), también absurdamente eliminadas y sustituidas por las actuales (!).
El texto de Vertullo, que podría pecar de rígido para los no arquitectos por su diagramación separada de las amplias imágenes, rescata paso a paso sin embargo los valores esenciales de la arquitectura de Sanabria, que lo situaron como uno de los más importantes arquitectos de América Latina en el siglo XX: su constante búsqueda de una modernidad arquitectónica acorde con las exigencias de nuestra naturaleza y nuestras latitudes, búsqueda paralela con la de Villanueva; su persistente intención de enlazar la arquitectura con su contexto ambiental y territorial (Sanabria no sólo diseñó el conjunto, sino previó un Plan Piloto de manejo ecológico para los futuros usos y la protección de la montaña, lo cual se vería ratificado con su inmediata declaración como Parque Nacional) y en tercer lugar el atrevido uso de las estructuras de concreto armado, en estrecha amalgama con la arquitectura, es decir, la búsqueda audaz pero con seguridad de la forma arquitectónica revelada por las estructuras; la ingeniería y la arquitectura compartiendo responsabilidades expresivas, funcionales y ambientales.
La lectura del texto de Vertullo, obliga a saltar de páginas constantemente hasta las alejadas 38 imágenes al final de libro, o hasta las entrevistas a los ingenieros, para confrontar con ellas la memoria descriptiva que Sanabria habría legado, materializada aquí por su joven asistente. Vertullo ha estado a cargo en esta década de las más importantes obras de conservación y restauración integral, emprendidas bajo supervisión de diversos entes públicos en el conjunto arquitectónico de nuestra montaña, lo cual explica su erudición detallística, aquí volcada. Gregory sustenta cada línea en una rigurosa documentación y en entrevistas a especialistas; aprovecha principalmente el acceso que tuvo al Archivo Sanabria, mantenido impecablemente por su familia para convertirlo en el mejor conservado y organizado de los archivos de arquitectura venezolanos, así como aprovechó las valiosísimas grabaciones de las largas tertulias que sostuvo con nuestro Arquitecto en los años antes de su partida.
Y por último, dejado así a propósito por quien esto escribe, el texto de Joaquín Marta Sosa, con que él corona este libro: “El tótem de la montaña”, aunque esté al comienzo, es un plato fuerte de absoluta coherencia con el carácter holístico, multidisciplinar, integrador, transgenérico y polisémico de esta publicación. Es una maravillosa y picaresca ambigüedad que nos convierte en cómplices de las licencias tomadas a la historia. Marta Sosa juega con los documentos, con las entrevistas, con los testimonios y las crónicas, con los mitos y leyendas de los protagonistas que hicieron y vieron hacer el teleférico y el Hotel, cuyo nombre no termina de saberse por qué fue endilgado a aquel tótem. El texto de nuestro profesor de literatura en la Universidad Simón Bolívar, es y no es una crónica, es y no es historia, es y no es una antología de recuerdos y leyendas, es y no es una sucesión de testimonios intervenidos y “literaturizados”. Y es todo eso y quien sabe cuántas cosas más, porque su autor trasciende los testimonios sin irrespetarlos; sugiere a los lectores un dato documental, manipulándolo traviesamente; obliga al lector a descubrir las pistas en que desaparece la documentación y entra la ficción, sin lograr descubrirlas.
De este texto real-maravilloso, emergen protagonistas hasta ahora anónimos de la obra arquitectónica e ingenieril, cobrando nuevos valores el conjunto físico, especialmente el Hotel ya llamado Humboldt, que se enriquece con nuevas historias inéditas. Marta Sosa enlaza el origen de la cordillera y su brote fuera del mar, con las últimas generaciones del pueblito de Galipán, dando así explicación a la Cronología con que inicia el libro; enlaza los habitantes primigenios, con los que merodeaban las instalaciones; unifica al Conde Bertren con el guachimán del Humboldt, nivela en la temeridad a los obreros con los ingenieros. Convertidos en fantasmas o recuerdos, cada anónimo es por fin nombrado; cada una de sus historias, que son subjetividades valiosas a más no poder, se cruzan “…con leyendas, cuentos de camino con suposiciones, certezas con tradiciones”, deviniendo mentiras las verdades y “verdades los embustes”.
Pero no son inventos los documentos que sustentan este texto poliédrico –como las cáscaras de las estaciones del teleférico-, pues a falta de documentación a la mano o de tiempo para encontrarla, ¿por qué no imaginarse conversaciones posibles? Entran aquí perfectamente las supuestas conversaciones que puedan reconstruirse, entre Humboldt y Bello, o entre los Ávila asentados en las faldas de la montaña y los paisajistas vieneses que trazaron los jardines de la Casa del Real Amparo, en cuyas tertulias participaría Bello y sobre cuyas ruinas se construiría dos siglos después la estación Maripérez (no tengo pruebas, pero de eso se trata). En efecto, no hacen falta rigideces metodológicas para un libro desbocado como este, soltado a la imaginación con estos textos, pero –atención- imaginación sí, no fantasías: las historias posibles podrían haber sido, pues Marta Sosa se cuida de enlazarlas tácitamente con probables hechos reales. Crónica y dramaturgia se enlazan aquí, como historia y leyenda, memoria y mito, existencias posibles, como el fantasma del Humboldt (el hotel), rescatado por el autor, quien nos estimula así a volver a Arístides Rojas o a Enrique Bernardo Núñez para constatar probabilidades.
Con Marta Sosa, nos emocionamos al escuchar las reflexiones de un Humboldt que en el piedemonte prefiguraba las mutaciones sociales y políticas que serían ejemplo para el subcontinente. Imaginamos con su autor la cresta avileña desnuda recibiendo las carpas que protegieron del viento helado a aquellos pioneros trasgresores de su altura, ciento cincuenta años antes de que los “caterpillar” horadaran los caminos que permitirían instalar “las carpas y carpas” recordadas por los galipaneros junto con los masivos movimientos de tierra, emprendidos para sembrar las torres del teleférico y para que se levantara el tótem en el sitio del campamento ilustrado de aquellos exploradores. Es poesía en prosa, lo que se encuentra implacablemente en este bello escrito, con el que su autor lidera la representación teatral poliescénica y multimedia de este libro sobre la montaña y sus historias. Si Sanabria pudiese leer este transgenérico texto, pilotearía su avión de nuevo sobre la montaña, imaginando a Humboldt, alemán como los fabricantes del teleférico, entrando al hotel que lleva su nombre.
Sea por sus licencias, o por su insaciable afán de conjurar símiles y metáforas, Marta Sosa nos hace imaginar una guaya de treinta y dos toneladas que pesaba como “lo que pesa un millón de elefantes” o nos imaginamos cincuenta hombres halando una serpiente de hierro “que nunca terminaba de subir”. Podemos visualizar desde el hotel las misteriosas luces de los extraviados soldados de Monteverde, llevando sus morocotas por los caminos de la montaña. Podemos imaginar las recuas de mulas trayendo por Cotiza desde Galipán las flores, hasta su mercado en la esquina de San Luis, luego de que el barrio de San José, después parroquia, comenzara a poblarse cuando el Presidente Rojas Paúl, y luego de que tuviera su iglesia en donde bautizar y registrar a los hijos galipaneros como parroquianos y caraqueños. Podemos retroceder en el tiempo hasta cuando los indígenas escribían petroglifos y hacían ceremonias en sus laderas, como todavía las hacen nuestros Piaroa contemporáneos porque tienen, como sus ancestros, a esta montaña como sagrada, destino de peregrinaje y guía espiritual. O podemos mirar desde el avión de Sanabria a los 400 o 600 hombres venidos de todas partes del mundo, en un hormiguero convertido en montaña, armando un obelisco o columna icónica; sólo una imagen similar hubo antes: la de los trescientos noventa colonos que fundaron en 1843, una colonia de inmigrantes, unas cuantas leguas al Oeste, en esta misma Cordillera, la Colonia que se llamaría Tovar. O podemos también imaginar coincidencias entre el teleférico del Pan de Azúcar (1902) y el de Caracas, o entre el Corcovado (1921-1931) y el Humboldt, inspirados por igual pasión totémica conquistadora de la naturaleza y por la visión “a vuelo de avión” de Tomás Sanabria. Así, podríamos tomar cada párrafo de Marta Sosa, o de Vertullo o de Federico Prieto, cada imagen, cada sugerencia, para completar las infinitas historias posibles sobre este excepcional conjunto arquitectónico.
Este es un libro de Arquitectura, pero es también uno de historia, de literatura, de la realidad posible y la realidad imaginada y deseada, de la magia concreta de los tractores o de la magia de una cáscara de concreto de diez centímetros de espesor y veinticuatro de luz entre apoyos; de la poesía infinita del emprendimiento humano y su afán por hacer que la naturaleza lo obedezca. Pudo haberlo hecho Alejo Carpentier o Manuel Scorza, Urreiztieta o Ramiro Nava, el Barón Humboldt o el Conde Bertren, el MOP o los galipaneros, los venezolanos o los inmigrantes, pero sus autores son tantos, que no bastaría un libro para la lista de ellos.