El altar de flores y floreros que los vecinos construyeron, no debía pisarse. Quienes caminábamos por la acera oeste de la calle Gato Negro de Catia, frenábamos para desviarnos, mirando reverentes y acongojados las fotos de Álvaro Ruiz pegadas a la pared de la casa de la familia Navas, frente a donde cayó fulminado por una bala dum-dum de aquella policía.
La sangre en las paredes y en la acera, mezclada con la cera de las velas, se fue secando con los días sin que nadie se atreviera a borrarla. Algún trozo de ropa ensangrentada colgó durante semanas de uno de los cables delante de aquel lúgubre sitio, para que quienes nos quedábamos viéndolo, en silencio, expresando como podíamos nuestra tristeza inocente, recordáramos día a día y para siempre aquel dolor.
Álvaro no era liceísta, estudiaba aún en la Escuela Agustín Aveledo y había salido al terminar su jornada de medio día, desembocando en la manifestación que los estudiantes del Liceo Luis Ezpelosín protagonizaban desde hacía rato. Los policías enfrentaron la protesta de la manera enseñada, disparando, no perdigones esta vez, sino municiones prohibidas en las guerras, una de las cuales fue a dar a la cabeza de aquel inolvidable escolar.
No recuerdo la edad de él, pero yo tenía diez años, e iba y venía por Gato Negro a uno de los primeros colegios fundado por el Padre José María Velaz de Fe y Alegría, frente al Ezpelosín, en una larga casa (N° 43 recuerdo) acondicionada como escuela. Los maestros nos hablaron de aquello durante meses, así como vimos por semanas aquel pavimento de cera que no nos atrevíamos a pisar para no cometer sacrilegio, aquel recordatorio de lo absurdo, de la muerte sin justicia, de la injusticia, del sentido de aquella ausencia.
Pocos meses después, entré en el Ezpelosín, uno de nuestros liceos-modelo con equipamientos de todo tipo, en donde profesores como Ventura Gómez, Antonio Márquez Pérez, Rosa Giusti de Vivas, Ceferino Alegría y otros veteranos del Instituto Pedagógico, nos guiaron hacia la cultura, la solidaridad, la política y el sentido de la Patria. Hoy el Ezpelosín es una cárcel amurallada que, llamado “bolivariano”, recuerda Auschwitz o Treblinka, como la mayoría de nuestros ejemplares edificios escolares construidos desde el lopecismo, como el Andrés Bello o el Fermín Toro.
Hace cincuenta años de aquel asesinato, al que he vuelto a recordar al ver en la esquina caraqueña de Tracabordo un altar con flores y floreros y fotos pegadas a las paredes, esta vez con dibujos y cartas de los compañeros del joven Bassil Da Costa, alrededor del cual se reúnen conocidos y desconocidos a orar, a encender velas por su descanso, a compartir dolor, tristeza, impotencia y rabia, por otra muerte absurda. ¿Cuántas ocurrieron desde 1964? ¿Cuántas desde 2000, cuando creíamos haber terminado de contarlas? ¿Cuántas más faltan? ¿Cuántas más se requieren para tener Civilización, Justicia, Paz y verdadera Patria?
Texto: Arq. Juan José Pérez Rancel, UCV.
jjprancel@gmail.com
Caracas, 21 de febrero de 2014
Leyenda foto
EL UNIVERSAL, viernes 21 de febrero de 2014
REZAN ROSARIO PARA BASSIL DACOSTA TODAS LAS TARDES
Los vecinos de Candelaria convocan todas las tardes en la esquina de Tracabordo al rezo de un rosario que inicia a las 6:00 p.m. en honor al asesinado Bassil Da Costa, quien recibió un tiro en la cabeza el pasado 12 de febrero en las manifestaciones estudiantiles. Los vecinos llevan flores, velas y pancartas para recordarlo y pedir justicia.